Últimos descubrimientos sobre el sistema inmune
Cantabria Labs entrevista a una de las eminencias en este campo de investigación: Jorge Domínguez
El investigador Jorge Domínguez, del Departamento de Medicina Interna del Centro Médico de la Universidad Radboud en Nimega (Países Bajos), avanzó en una entrevista para Cantabria Labs, algunos de los últimos descubrimientos sobre uno de los temas que más preocupan a día de hoy a los españoles, el sistema inmune.
Domínguez es farmacéutico, doctor en biociencias moleculares por la Autónoma de Madrid y actualmente realiza relevantes tareas de investigador en el Departamento de Medicina Interna del Centro Médico de la Universidad Radboud en Nimega (Países Bajos). Participa en el estudio de la influencia de las infecciones en la respuesta inmunológica, cómo afecta esto a la evolución humana y los mecanismos por los que se podría transmitir la inmunidad a nuestra descendencia.
¿Qué es lo que sabemos hoy en día del sistema inmune?
J.D: “Desde los albores de la humanidad ha habido una constante competición, una constante lucha entre humanos y patógenos que supone el motor tanto de nuestra evolución, como la de los patógenos que se enfrentan a nosotros. Ambos lados de la interacción entre hospedador y patógeno evolucionamos para tratar de tomar ventaja sobre nuestro enemigo. El objetivo de los patógenos es beneficiarse de nosotros para reproducirse y sobrevivir. Nuestro objetivo: eliminar al invasor para sobrevivir y reproducirnos. Unos más grandes y unos más pequeños, pero no somos tan distintos”.
“La mayor arma de defensa que tenemos frente a invasores es nuestro sistema inmunológico. Un sistema extraordinariamente complejo formado por millones de células distribuidas por todos los rincones de nuestro cuerpo con el objetivo de detectar y eliminar cualquier amenaza en el menor tiempo posible. La mayoría de las veces ganamos nosotros pero por desgracia, eso no siempre es posible”.
¿Qué es el sistema inmunológico o adaptativo?
“El sistema inmunológico es extraordinariamente complejo. La forma más sencilla de dividirlo es en dos partes: El sistema inmunológico innato y el sistema inmunológico adaptativo. El sistema inmunológico innato constituye la primera barrera de defensa del organismo. Es congénita, nacemos con ella y no necesita del aprendizaje que se obtiene tras entrar en contacto con un invasor. Reconoce un número limitado de moléculas de identificación (antígenos) presentes en los invasores, aunque estos antígenos se encuentran en muchos invasores diferentes. El sistema inmunológico adaptativo se desarrolla a medida que estamos expuestos a patógenos y otras sustancias potencialmente dañinas a lo largo de nuestras vidas. En el caso del sistema inmunológico adaptativo, la defensa es adquirida con el tiempo.
Se dice que el sistema inmune tiene memoria. ¿Qué significa esto?
Una de las propiedades más importantes del sistema inmunológico es la memoria, la capacidad de recordar estímulos antiguos a los que nos enfrentamos en el pasado, reconocerlos y eliminarlos rápidamente. Clásicamente, esta capacidad de generar memoria inmunológica se ha asociado exclusivamente con las células del sistema inmunológico adaptativo: los linfocitos B y los linfocitos T, mientras que durante décadas se ha creído que el sistema inmunológico innato olvidaba sus encuentros previos con agentes infecciosos, que no aprendía de ello.
Podríamos decir que la visión tradicional de estos sistemas es que el sistema inmunológico innato usa la fuerza, respuestas rápidas, potentes e inespecíficas, mientras que el adaptativo usa la maña, tardando más en aprender la primera vez, pero siendo letal en encuentros posteriores con el mismo patógeno.
Subrayo lo de el mismo patógeno porque esto es una diferencia fundamental. Las células del sistema inmunológico innato reconocen estructuras que se encuentran en múltiples patógenos. No reconocen a uno, sino a muchos.
Las células del sistema inmunológico adaptativo desarrollan memoria frente a un antígeno en concreto, son específicas. Este tipo de respuestas son la base de las vacunas. Las vacunas nos ponen en contacto con una parte de un patógeno, con un antígeno. De forma que cuando entramos en contacto con el patógeno real, nuestro sistema inmunológico ya es capaz de reconocerlo y lo elimina rápidamente. Pero hay algunas vacunas que son capaces de proteger frente a distintos tipos de infecciones, no solo frente a uno.
¿Qué relación hay con las vacunas? ¿Hay campo de investigación en este sentido?
Las vacunas vivas contienen al patógeno vivo debilitado, creando una leve infección natural en el cuerpo que es tan suave que normalmente no causa ningún síntoma. Estas vacunas son realmente buenas para estimular el sistema inmunológico, así solo se necesita una inyección para conseguir una protección adecuada. Las vacunas no vivas, que son la mayoría, contienen el patógeno o fragmentos de este, totalmente inactivados, no están vivos. Son menos inmunogénicas y, en general, requieren varias dosis para conseguir una buena protección.
Ambos tipos de vacunas generan protección contra la enfermedad específica de la vacuna, pero tienen efectos no específicos muy diferentes. Todas las vacunas vivas, como la vacuna frente a sarampión, la vacuna oral de la polio o la vacuna BCG frente a tuberculosis, están asociadas con efectos no específicos muy beneficiosos frente a otras infecciones. Mejoran la salud en general mucho más de lo que se podía esperar. Y hasta hace pocos años, no se sabía por qué. Ahora sabemos que estas vacunas vivas, al igual que otros compuestos que han sido descritos posteriormente, producen una respuesta de memoria en las células del sistema inmunológico innato, que es lo que se ha denominado inmunidad entrenada.
¿Qué es la inmunidad entrenada?
La inmunidad entrenada es la capacidad de las células del sistema inmunológico innato para crear memoria del encuentro con un estímulo y así, responder de forma más potente a encuentros posteriores con el mismo u otros estímulos. Las células del sistema inmunológico innato son capaces de responder frente a distintos tipos de estímulos, no solamente frente a uno. Esta es la clave de este tipo de respuesta. La activación a largo plazo de estos mecanismos del sistema inmunológico innato permite que seamos capaces de responder frente a diversos tipos de amenaza de forma más potente, aunque nunca hayamos tenido contacto con ese patógeno en concreto. Esto tiene lugar gracias a la activación a largo plazo de la capacidad metabólica de las células del sistema inmunológico innato y de los cambios en la capacidad de expresión génica.
De esta forma cuando un patógeno, ya sea una bacteria, un virus, un protozoo o el que sea, entra en el organismo de una persona, el sistema inmunitario rápidamente lanza una respuesta defensiva para detener la infección. Si nuestro sistema inmunológico innato, esa primera barrera de defensa, ya está preactivado, es capaz de exprimir su metabolismo, obtener energía de forma más eficiente y más rápida y de facilitar la expresión de genes necesarios para la respuesta inmunológica, seremos capaces de eliminar las amenazas más rápido y así evitaremos en gran medida la transmisión de enfermedades a aquellos que están a nuestro alrededor.
Las aplicaciones de este campo en los próximos años tienen un potencial enorme. La inducción y la modulación de la inmunidad entrenada puede ser una estrategia terapéutica potencial para modular los problemas de salud asociadas a funcionamiento inadecuado del sistema inmunológico, como enfermedades inflamatorias, autoinmunes, ciertos tipos de cáncer, alergias, aterosclerosis, diabetes y por supuesto, enfermedades infecciosas.
Hace unas semanas publicamos un estudio en el que observamos que en pacientes griegos mayores de 65 años la administración de BCG disminuye la incidencia de enfermedades respiratorias, y hace un par de semanas iniciamos un estudio con 7000 ancianos en Países Bajos del que esperamos obtener resultados en los próximos meses.
Ojo, no estoy diciendo que la inmunidad entrenada sea la solución frente al COVID-19. Por desgracia no lo es. Pero puede ser un complemento, una forma de ayudar a proteger a poblaciones vulnerables en situaciones como la actual, hasta que una vacuna específica y totalmente eficaz esté disponible.
¿Cómo mantenemos un sistema inmunológico sano y activo?
Puede sonar obvio y después de todo lo que hemos visto y de todo lo que sabemos, debería serlo, pero el caso es que una enorme parte de la población aún lo ignora o actúa como si no lo supiera. Una buena alimentación, algo de ejercicio, hábitos saludables, no fumar, no beber en exceso, dormir un número adecuado de horas, mantener unos buenos niveles de higiene, ventilar… Todas estas medidas se basan en mantener un equilibrio del sistema. Suena evidente, pero a menudo no es tan fácil.
¿Qué necesitamos para ayudar al equilibrio de nuestro sistema inmunitario?
Ejercicio diario. 30 minutos es suficiente. Si se hace más, estupendo. Pero eso como mínimo. No hace falta ir al gimnasio a levantar hierro, hacer 200 saludos al sol o correr 20 kilómetros. Los beneficios de solo media hora cada día son evidentes. Prevención de artritis, diabetes, enfermedades cardiovasculares y un largo etcétera. El ejercicio también mejora la calidad del sueño y favorece la funcionalidad del sistema inmunológico. Además, nos sirve para pasar menos horas sentados y despejarnos un poco.
Dormir bien: La falta de sueño puede afectar a nuestro sistema inmunológico. Las personas que no duermen bien o no duermen lo suficiente tienen más probabilidades de enfermar después de estar expuestos a agentes infecciosos. La falta de sueño también puede afectar la rapidez de nuestra recuperación si enfermamos, un buen reposo es esencial. Además, los trastornos del sueño o los horarios de sueño no constantes alteran nuestros ritmos circadianos, nuestros ciclos día-noche, que controlan los movimientos y la capacidad de respuesta de las células del sistema inmunológico en los distintos tejidos del organismo, alterando su capacidad de respuesta.
Dieta equilibrada: Una dieta saludable es otra clave para un sistema inmunológico fuerte. Esto significa asegurarse de comer de todo y en las cantidades adecuadas. Verduras, frutas, legumbres, granos enteros, proteínas y grasas insaturadas. Además de proporcionar al sistema inmunológico la energía y nutrientes que necesita, una dieta saludable permite recibir las cantidades necesarias de micronutrientes fundamentales para el mantenimiento y las funciones del sistema inmunológico, incluyendo vitaminas y minerales, como las vitaminas A, C, D y B12, o hierro, selenio y zinc. Ah, ¡y no nos podemos olvidar de beber agua! Especialmente en personas mayores. Los mecanismos de regulación de la sed dejan de funcionar correctamente con la edad, de forma que es fundamental que las personas ancianas beban agua a menudo, incluso aunque no sientan sed. Pueden deshidratarse con mucha facilidad.
Es importante mantener hábitos saludables en alimentación y estilo de vida. En este sentido, todo cuenta.